-Buenos días – dijo ella. Entre la lluvia que caía desde la mañana
-Buenos días - contesto él. Asintiendo con la cabeza, como si fuese un tic nervioso.
Fue extraño como se comunicaron en un instante… hacía ya tiempo que se conocían, pero era la segunda vez que se encontraban, ya pensativos, con sus mismas ideas; No sabían si coincidían pero entreveraban las contestaciones. Les costaba hablarse al principio, como aquella vez que se encontraron en un bar, y que pedir una sola cerveza no alcanzó. Salvo en el principio, en el que solo se sonreían entre si y pensaban todo lo que soñaban, a través del otro, extendían sus respuestas en un deseo inconfundible de permanecer juntos.
Sin más comunicación que unos escasos diez minutos de internet, era suficiente para dar cuenta de lo relevante de su semana; Para ella, cuando soñaba con él, para él, cuando soñó con ella. Se encontraban lejos en cada punta del pueblo, como una movida del destino para que nunca se cruzaran. Cada día ella trataba de sobrellevar los comentarios suscitados por su “amiga”, aquella que tienen todas las mujeres; él trataba de enterarse de ella, quien le había hecho cambiar de parecer por primera vez aquel parecer un tanto “incorruptible” para su persona; Preguntaba un poco siempre, aquí y allá y trataba de encontrarla.
Jamás logró su cometido, destruido con el corazón en las manos y el cuerpo cansado, todo lo que le dijo, toda su confianza en alguien a quien no podía encontrar y se había ganado la incertidumbre de toda la filosofía que su persona podía crear. ¿Quién sabría?, y acaso ¿Quién le diría que ella no era así? Se encontraba en una suerte de realidad paralela que no le permitiría saber real y netamente la verdad.
Quizás porque no quiso, invadido por ese entusiasmo absurdo que la gente suele llamar amor, toda la ecuación de la existencia que necesitaba resolver estaba escondida en dos palabras: “buenos días”. Como una señal de optimismo dese aquella primera vez que se conocieron para encontrar el cielo de un nuevo color cada minuto, solo bastaba con notar la presencia del otro en el lugar y una enorme alegría los invadía. Quien sabe por que... ella desapareció para él no podía encontrarla, pero no quería pensar eso, no era una posibilidad el hecho de que quizás había alguien más, y el no descartar esa convicción reforzaba su esperanza.
Él escribía en cada momento en que no se acordaba de ella, para ir borrando su recuerdo y no tener que encontrarlo en su cabeza, prefirió un libro, uno de palabras largas que entendieran lo que a él le pasaba por la cabeza y supieran guardar sus ideas.
Después de dos meses, el continuaba suponiendo, solo suponiendo que podría estar pensando ella en el o si ella simplemente no sería capaz de recordarlo. Encontró en la música lento y tenue agotamiento de las fuerzas de su recuerdo, dejando aquella existencia en manos de una carta nunca terminada, preferente de escuchar problemas de los demás para olvidarse de su problema, el único, Ella. Las canciones que le supo escribir, jamás las pudo comprender quien debía escucharlas para darse cuenta que aquel que escribía no quería olvidar pero tenía que hacerlo.
La última vez que se hablaron, era un día lluvioso, con la habitual felicidad que les deba encontrarse, no supieron decir que era lo que había pasado, ni que era lo que habían sentido. Cuanto extrañaban terminarse esas charlas. Ese día llovía desde la mañana, se cruzaron en la esquina del primer bar que los conoció.
-Buenos días - Dijo ella.
-Buenos días – Contesto él.